martes, 6 de septiembre de 2011

Baladas para acordeón

Don Bueso
Biribís de la fortuna
y sueño del caballero.
Naipes. Oro. Amor. Botellas.
Centrando la rueda, el tedio.

Dura palidez agraz
de muslos, vientres y pechos
que un ardor concupiscente
goza, sobre fondos negros.
Chapuzar desesperado.
Labio que desgarra el beso.
Enjambre labrando el torso
del San Sebastián eterno. 

Desatentado viajar
que siembra de brasa el cerco
de los mundos. Extravío
de sonámbulo en su sueño.
Pasos, por un laberinto
de desamparos gemelos.
Frenesí desnudo. (A rastras,
un monólogo de hierros).
Soplo de hielo, en el hombro
posando apenas los dedos.
—En un recuadro de sombras,
colmando ojeras de hueso,
cuajan talladas miradas
los panales del silencio.—

Anchas losas de las horas
cuadrado revés del tiempo,
en cuyos fríos biseles
lima su filo el ensueño.
La rueda de la fortuna,
paralítica en el cero.
(Gayola del costillar.
Dentro, el pájaro del miedo,
con el batir de las alas,
nieva a la vida su fuego.)

Un campaneo remoto
hunde los yunques del eco,
y el pasado, marcha atrás,
arma de adioses el cielo.
Gallos de la matinada
riegan el nocturno huerto
con sus alertas en rueda
escarchada de luceros.
Fuga, del azul al nácar,
por violetas intermedios.
Morosidad temerosa
del párpado entreabierto.
Cauto resbalar, por tránsitos
velados, al desperezo.

Un agrio regusto flota
en el paladar del sueño.
...Mas ya los ojos recobran
su virginidad de espejos,
y en nuestra mano de esponja
la rosa del día nuevo.


Diana de la aventura


Chopo en la ribera oscura.
Entrecejo ante el espejo,
palmas de llama en ofrenda.
Amargos rictus de «oremus».
—Pasa un viento de pasión
tallando el instante en gestos.—

(Esta frente descubierta,
ceñida, en la sien, de hielos,
—esta arrogancia de hinojos,
—este desvarío fiero
de la mirada —estos labios,
helados de titubeos,
—¡estos brazos extendidos
en que se desmaya el pecho!...)

El reloj rige, en la sombra,
el pulso de lo patético.
Lunares clarores quiebran,
diagonalmente, el silencio.
Por el abierto postigo
entra, pájaro perdido,
el zumbar de los luceros.
Y en los rincones se mecen
guardarropías de ensueño.

Toda la noche es zaguán
a la soledad abierto,
hirviéndole los quiciales
con la carcoma del eco
—y este pasmo, frente a frente
de sí mismo, puerta adentro—.

Fuera, en la unánime losa
nocturna, se alza soberbio
un rebote de herraduras,
batiendo chispas en ruedo.
—Clarín de diana. Avisores
ardores tascando el freno.—

Se agrieta la arquitectura
de naipes del aposento.
Todo filos el perfil,
hendiendo a fondo el silencio,
sobre su tendida sombra
se revuelve el caballero,
duro ramo de heroísmo,
quebrando el vaso del sueño.

(Corvos alfanjes, afuera,
tajan el celeste pecho,
y un fino viso escarlata
calca el horizonte ciego.)

¡Cauce de la matinada,
entre las tinieblas seco!
Ya la riada del alba
viene rodando, a lo lejos.
Suelto el rendaje, el jinete
galopa hacia el sol, frenético:

Las frescas ondas del día
se estrellan contra su pecho.

José María Quiroga Plá
Litoral: época 1, año 1927, Octubre, número 5,6,7


Versión auditiva de la obra

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