martes, 6 de septiembre de 2011

Puertas y arrabal del sueño

                      1
Ya se ha callado...
                                 Ahora
parece que se aleja. Isla de pausa
transparente, el instante
levanta al sol en su peana frágil
el ademán atento, pensativo,
las inclinadas frentes,
esa mano que ofrece su aconchado
pabellón al oído receloso,
esa otra a cuyos dedos blandamente
—abierta está en desmayo sobre el pecho—
se enreda un hilo tenue de latidos.

Ya se fue.
                    El cielo arriba, el agua en torno
de esta flotante urna misteriosa.
Y dentro tú y yo: dentro,
única, rumorosa, desvelada
conciencia del silencio
puesta atónitamente a hallar sentido
al cortado sollozo que de pronto
llega —temblor de cielo subterráneo,
de amarga fuente o corazón salobre—
a puntuar de intermitente espuma
el breve cerco de esta paz de tregua.

                    2
Rey loco de la vida,
capitán de sus juegos, mano abierta
por donde se iba en desatado lujo
el oro troquelado de sus horas
—hoy despoblado sueño como guante
sin la mano carnal que lo colmaba
¡de ademán, de sentido, de volumen!

Loco rey de la vida, era tu vida,
cresta de espuma en ola pasajera,
tu pobre caudal solo, la delgada
capa de tu alegría
—¡ay, garbo, y la soberbia fantasiosa!—
lo que echabas por tierra ante tus pasos:
nunca tu pecho ni, si los abrías,
tus brazos, centro y diámetro del mundo.

Cifrar pensaste el mar, su movimiento:
su ardiente sal, con el vaivén estéril,
se tiende hoy a morir entre tus manos.
¡Y tanto sol aún sobre la tierra!
¡Tanta nueva edición del mismo tedio
te ha de llegar puntual cada mañana!
Si se quebrase el hilo, o si la curva
magnífica del sueño se cerrara!...

Mas tú, vuelto de espaldas al futuro,
barajas solitarios de recuerdos,
y en los frágiles naipes
con cada día hacia el pasado embarcas
sombras frustradas que ahora, en tu memoria,
cobran de pronto carne de aventura:
si no te da el presente tierra firme,
aguas tiene el ayer no navegadas
y un sol que en el cuadrante
vuelca una hora eterna —la del alba.

                    3
1910, 1920, 1930
—ocho años, dieciocho años, veintiocho años:
fronteras.
Y ahora, aquí, sobre el agrio filo de la treintena,
la misma cuerda, la misma, gastada,
deshaciéndose en ardoroso polvo, tensa,
al restregón continuo,
hasta dejar desnuda a lluvia y aire
la roja hebra del alma,
hasta que caiga en el bostezo eterno
el cabo requemado al lento frote
—un día y otro día, una noche, infinitos
días y noches— contra el dentado espinazo del hastío
cuyas vértebras se cuentan por los dedos
del insomne recuerdo, por las citas perdidas
y el amargor de boca de la mañana que sigue
inexorablemente al goce conseguido,
por la congoja y el ansia perennes y su latido alterno
y por los balbuceos justos en que cabe una vida.

                    4
¡Qué ardiente cuerpo tomas, renacida
en el regazo de la sombra cómplice,
para trepar —hierba de bronce al rojo—
por el tapial desnudo de mi pecho,
mi convidada, no de piedra, forma
carnal, articulada, a punto siempre
con la noche a esta mesa en que, vendados
los inútiles ojos, hace a tientas
plato de sus rebaños la memoria!

Más apretada de volumen vivo
que en el ayer vivido, me combates
con presencia de proa —hasta la arena
del retiro más hondo ara tu empuje—.
Como en luna de acuario
el gesto, la mirada
filtras, para buscarme,
rayo de negro sol, por el combado
vidrio, opaco fanal, jaula del sueño,
hasta oprimir mi pecho y mis rodillas
con el ahogo en peso de tu bulto.

 No sabidos senderos te me vuelven:
luego, en reptante huida
de marea en reflujo, te diluyes,
por no sé qué caminos, en la entraña
sombría que otra noche
ha de tornar a darte
cuerpo infinitamente y ardor vivo,
mientras tu fuga una apariencia mía
tendida sin amparo de conciencia
deja en confusos lienzos
de mudo sueño y roto desvarío,
y, desierto, en mis manos abandona
el abrasado nido de tus pechos.

                    5
Cuántas cosas que sé, que no he cazado
con mis sentidos —de segunda vista,
de oídas, todas de segunda mano
—aquella playa, aquella gruta, el monte
aquel, y ríos, mares, cielos, selvas
que no he de gozar nunca en cuerpo y alma,
el mundo vivo en cifra, dos renglones
de abreviaturas en mi pensamiento,
deformados fantasmas de intangibles
realidades, flotando
en la frágil conciencia de un fantasma...
(¡tan lejos queda la verdad de bulto!)

Pero ¿y tú, cerca y cotidianamente
asequible a mi tacto y a mi oído.
¿A mis ojos presente? ¿Y yo, a tu alcance?
el uno para el otro —cada uno
para todos— apenas
el signo, infiel acaso,
mal traducido a nuestra lengua siempre,
de un mundo con océanos de añiles
aisladores en torno,
y cuyas formas —lejos y de espaldas—
está soñando en inexacto sueño
un afán sin descanso ni medida.

                      José María Quiroga Plá
Los cuatro vientos: época 1, año 1933, Febrero, número 1

Versión auditiva de la obra

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